Capítulo 6: DE LOS DESEOS DESORDENADOS

INCLINACIONES DESORDENADAS
Todas las veces que un hombre desea algo contrario a la voluntad de Dios, inmediatamente pierde la tranquilidad de espíritu. El soberbio y el avaro nunca están tranquilos: por el contrario, el pobre y el humilde de corazón gozan de la serenidad de la paz. El hombre que interiormente no es mortificado cae fácilmente en la tentación y es vencido por cosas pequeñas viles. El débil de espíritu y aún inclinado a los deseos carnales y a los sentidos, difícilmente puede abstenerse del todo de los anhelos terrenales. Cuando se sustrae a ellos, con frecuencia se entristece y si alguien le contradice se enoja con prontitud. Cuando un hombre alcanza lo que desea, inmediatamente le remuerde la conciencia porque ha secundado su pasión que de nada le ayuda en conseguir la paz que buscaba, ya que la verdadera serenidad del corazón se consigue oponiéndose a las tentaciones, no secundándolas. Por eso, la paz no se encuentra en el alma del hombre carnal, ni tampoco en la del hombre entregado a las cosas exteriores, sino en el corazón del fervoroso y del espiritual.