Capítulo 3: DE LA DOCTRINA DE LA VERDAD

LA ENSEÑANZA DE LA VERDAD.
 
1. Feliz aquel que es adoctrinado directamente por la verdad, así como ella es, y no por figuras y voces que perecen, porque nuestra opinión y nuestros sentidos con frecuencia nos engañan y son de corta mirada. ¿A qué sirve una amplia y sutil discusión acerca de cosas ocultas y oscuras por las cuales, en el juicio final, no seremos considerados responsables si las hemos ignorado? Gran necedad es descuidar lo útil y necesario para dedicarnos a las curiosidades y a lo perjudicial. Tenemos ojos y no vemos (cfr. Jer 5, 21). ¿Qué nos importa el problema de los géneros y de las especies? Aquel a quien habla el Verbo Eterno no se preocupa de muchas opiniones. De aquella sola Palabra proceden todas las cosas y todas las cosas proclaman aquella sola Palabra, ella es el principio que continúa hablando a los hombres. Sin esa Palabra nadie entiende y nadie juzga rectamente. Solamente quien siente todas las cosas como si fueran
una sola, las lleva hacia la unidad y las ve todas en la unidad, puede poseer la paz interior y vivir en Dios con toda tranquilidad. Oh Dios, tú que eres la misma Verdad, haz que yo sea una sola cosa contigo, en un amor sin fin. A menudo me canso de leer y oir tantas cuestiones: lo que yo quiero y deseo, únicamente se halla en ti. Callen todos los maestros, enmudezcan ante ti todas las criaturas: tú solo háblame.


LA RECTA LUCHA INTERIOR. 

2. Cuanto más un alma se haya vuelto interiormente firme y simple, tanto más prontamente comprenderá muchos problemas, también dificiles, porque desde arriba recibe la luz para su inteligencia. Un espiritu puro, sólido y simple no se disipa aunque se dedique a muchas ocupaciones, porque todo lo cumple por el honor de Dios, esforzándose en evitar toda búsqueda de sí mismo. Lo que más te impide y molesta son los deseos no mortificados del corazón. El hombre recto y piadoso, antes dispone en su interior aquellas obras que debe cumplir exteriormente. Así que no serán éstas las que lo llevarán a deseos malos sino que sera él que las doblegará al imperio de la recta razón. Nadie se embarca en una lucha más dura de aquel que busca vencerse a si mismo. Y esta debería ser nuestra tarea: vencernos, volvernos cada dia mejores y progresar siempre más en el bien.


EL CAMINO DE LA VIRTUD. 

3. En esta vida, toda obra, por buena que sea, se junta con alguna imperfección; y todo razonamiento, por profundo que sea, no va exento de oscuridad. Por lo tanto el humilde conocimiento de ti mismo constituye el camino que te llevará más seguramente a Dios que una docta discusión filosófica. Desde ya la ciencia no es una culpa, y menos todavía el simple conocimiento de las cosas que es, en sí, un bien y es ordenado por Dios, pero siempre es preferible la recta conciencia y la vida virtuosa. Muchos se extravian y no producen frutos buenos, o producen muy pocos, porque se preocupan mas en adquirir la ciencia que la santidad de vida.


EL EMPEÑO DE SEGUIR EL RECTO CAMINO DE LAS VIRTUDES. 

4. Si los hombres pusiesen tanto empeño en extirpar los vicios y en cultivar las virtudes cuanto en suscitar sutiles cuestiones filosóficas, no habría tantos males y tantos escándalos entre el pueblo ni tanta relajación en los conventos. Ciertamente, al llegar el dia del juicio, no se nos preguntará qué leímos, sino qué hicimos; ni si hablamos limpiamente, sino si vivimos religiosamente. Dime: ¿dónde están ahora todos aquellos señores y maestros que tú muy bien conociste cuando aún vivian y florecian en sus estudios? Otros, ahora, ocupan sus altos cargos y de ellos, tal vez, ni siquiera subsiste el recuerdo. Durante su vida parecían valer algo, pero ahora nadie habla de ellos.


LA VERDADERA SABIDURÍA ESTÁ EN CUMPLIR LA VOLUNTAD DE DIOS. 

5. Cuán rápidamente pasa la gloria de este mundo. Y quiera el cielo que su vida haya estado a la altura de su ciencia. En este caso no habrán estudiado y enseñado inútilmente. Muchos hombres se pierden por buscar una ciencia que infla y por preocuparse muy poco en servir a Dios. Ellos eligen para si el camino de la grandeza y no el de la humildad, por lo tanto se presumen en sus razonamientos (Rom 1,21). Grande es, en verdad, el que posee una gran caridad. Grande es realmente el que se considera pequeño y no toma en consideración los honores. Verdadero prudente es el que sacrifica todas las cosas y las tiene por basura por ganar a Cristo (Flp3,8). Auténticamente sabio es, en realidad, el que cumple la voluntad de Dios y renuncia a la suya.

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